Dirección: James Wan
Guión: Leigh Whannell
Género: Thriller, Terror
Duración: 98 minutos
Intérpretes: Leigh Whannell (Adam), Cary Elwes (Dr. Lawrence Gordon), Danny Glover (Detective Tapp), Michael Emerson (Zep)
Dos extraños se encuentran encerrados en un baño público, sin apenas recordar cómo llegaron hasta allí. Ambos se encuentran encadenados, y, gracias a una cinta que encuentran entre sus pertenencias, descubrirán que se encuentran en medio de un macabro juego organizado por un buscado psicópata, el Puzzle. Con sus explicaciones, una vez conocidas las reglas, ambos descubrirán que sólo hay una forma de ganar en este juego, cuyo premio es el de poder salir con vida de su cautiverio: que uno de los dos muera.
Muchas han sido las películas que, desde el éxito que cosechara en 1995 Seven, el genial thriller de David Fincher, se han apuntado a la moda de los psicópatas moralistas, que justifican sus asesinatos con la excusa de guiar a las personas, de hacerles ver el mal que cometen, de su hipocresía; una suerte de profetas destinados a guiar a los humanos, una especie destructiva y miserable.
En Saw podemos encontrar una réplica casi exacta del psicópata que ponía en jaque a Brad Pitt y Morgan Freeman en aquella: un siniestro personaje que juega con las personas, a las que aplica una especie de justicia divina, casi poética, que hace reconsiderar toda su vida y reencauzarla a aquél que sea capaz de aceptar su juego y participar de él. Es capaz de llevarlas hasta el borde de la locura, hasta las situaciones más extremas para ponerlas a prueba y decidir si de verdad merecen seguir con vida.
La película se desarrolla de manera irregular, ya que algunos momentos interesantes se ven manchados quizá por la poca sensación de miedo que da su (a priori, considerando sus actos) siniestro personaje, algo en lo que sin duda tienen buena parte de culpa películas como Scary Movie, dispuestas a desmitificar todo lo concerniente al cine de terror, y que ayudan a quitar trascendencia a algunas situaciones, más cómicas que terroríficas, algo que, según la situación, puede ser un punto negativo a la hora de asustar al espectador, ya que poca gente se asustará de una marioneta con cara de payaso, aunque sea el asesino más sangriento de la historia (más bien te reirías en su cara).
Y es que el poco dinamismo con el que acontecen las situaciones, la resolución poco fluida y creíble de las piezas del puzzle por parte de los cautivos y a escenas más estúpidas que racionales (más que racionales, instintivas), restan enteros a la película durante gran parte de su metraje, algo que tan sólo puede ser salvado por unos estupendos minutos finales y el increíble desenlace de la cinta, un final al que, si bien estamos acostumbrados por la cantidad de filmes que, como indicaba antes, han surgido a raíz de la película de Fincher, no por ello deja de ser menos espectacular y deja una extraña sensación en el espectador, de haber sido engañado durante la más de hora y media que se ha mantenido frente a la pantalla, de no haber sabido discernir más allá de las sombras que le eran mostradas.
Y es que el éxito o el fracaso de este tipo de filmes bien dependen de la pericia del espectador al analizar los acontecimientos y de la del director a la hora de conducir la historia; de su capacidad para poder ver más allá de las simples imágenes con la que éste último nos quiere conducir a una errónea conclusión, y de no caer en la trampa a las que nos veremos abocados de seguir su mentirosa propuesta. De ello dependerá en mayor o menor medida el resultado final del film.
Valoración: *****
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